Justo Raigoso Cortina: un artesano por accidente y una vida de pelicula (I)

Inicia su andadura por la vida en Llares-Anayo el 02/02/1935 -lo que no es más que una forma de hablar -, puesto que al principio de sus días, como es lógico todavía no andaba. Pero cuando era aún muy joven -dos años- recuerda que huía de su casa a hombros de un hermano, ante el avance del ejército franquista. Su infancia en una humilde familia campesina de seis hermanos, con cuatro vacas a comuña, unas ovejas como -único patrimonio productivo -, las fincas a renta y un padre preso por republicano, no permitía muchos lujos. Tampoco ayudaba a sobrellevar aquellos terribles primeros años de la sangrienta dictadura, la discriminación que sufrían él y sus hermanos por parte de los maestros de turno en la magnífica Escuela Pública de Anayo desde donde como no podía llevar la comida como otros compañeros, se acercaba al medio día a su casa de Llares, para ver si pescaba un poco de torta. e incluso cuando a los 16 años trataba de entrar en el Bar-Tienda del Alto de La Llama, para cantar –que lo hacía muy bien – un guardia civil vestido de paisano y para más inri también de Anayo, le increpó con el tono autoritario de la época:•”¡tu aquí no entras ” Bien es verdad que pasado algún tiempo le pidió perdón por lo mal que lo había tratado. El tiempo que pudo dedicar a la escuela no ha sido demasiado, pues a los 8 años ya estaba de criado en Lugás (Villaviciosa), en donde no era muy bien tratado, pues además de no comer en la mesa con los amos, si una torta se quemaba, ya tenía destinatario: Justo, pero naturalmente no justo a su gusto. No obstante lo peor de aquella casa, era que el dueño estaba un poco chiflado y hablaba constantemente solo, lo que tenía a Justo aterrorizado, hasta el punto de que un día no pudiendo aguantar más, recogió todas sus cosas -que por cierto no eran muchas- y se escapó rumbo a su casa en Llares (Anayo). Como tenía miedo que le riñera su madre por lo que había hecho, se escondió en la cuadra de las ovejas hasta que lo descubrió su hermana Justina al ir a sacarlas y lo primero que le dijo: “¿Pero como estas tan gordo?” a lo que contestó Justo: “No es eso, es que traigo puesta toda la ropa”. Al fin y al cabo la madre de Justo, con seis hijos pequeños a su cargo, el marido en la cárcel y tan solo con cuatro vacas a comuña y unas pocas ovejas, trataba de colocarlos de criados, para que por lo menos comieran. Estas situaciones han formando parte de los muchos efectos colaterales de una sangrienta, destructiva, innecesaria y criminal Guerra Civil, -que paralizó un país atrasado que lo hizo retroceder 50 años – que algunos impresentables han bautizado como Cruzada, atreviéndose a utilizar palabras sagradas, para fines espúreos, como es una lucha fraticida, cuyos instigadores son unos auténticos criminales de guerra y los que la defienden más de lo mismo.
Pero la persecución continúa y cuando el padre de Justo salió de la cárcel, se dedicó a serrar madera por el monte y a su compra y venta. Y teniendo preparada una partida, cuando fue a recogerla, se encontró con que se la habían llevado unos vecinos de Anayo -naturalmente adictos al régimen- y cuando fue a ver si se la pagaban, le contestaron: “ya te estás largando de aquí, no vayas a volver para donde estuviste (la carcel)”.
A los 21 años se incorpora al Servicio Militar y una vez transcurridos unos meses de “mili”, lo destinan con otro soldado a vigilar un convoy ferroviario de armamento desde Trubia hasta San Andrés (Barcelona) y tienen que dormir en uno de los furgones sobre paja y sin mantas. Como consecuencia del gélido invierno que les tocó en suerte –más bien en desgracia, diría yo -, cogió una pleuresía que le dejo secuelas, sobre todo porque pese a estar muy bien atendido en el Hospital Militar de Oviedo, especialmente por una moja buenísima que se llamaba Sor Ángela, por la manía que le tomó un sargento, le dieron el alta médica sin estar totalmente curado.
El retorno a la vida civil en aquellos terribles años de miseria, hambre y falta de trabajo con un elevado paro laboral que se disimulaba y escaqueaba con la emigración masiva a los países ricos de Europa, obligó también a Justo a hacer la maleta y como no consiguió Contrato de Trabajo para poder entrar legal y tranquilamente en Suiza, junto con otros compañeros se dispuso a intentarlo sin papeles, poniéndose en manos de un mafioso de Cangas de Onis, que les promete meterlos en el país helvético y buscarles trabajo. Tras intentar entrar por una frontera normal alegando que eran turistas y no conseguirlo, lo intentan y lo consiguen por una zona no vigilada, dejándolos abandonados en un barracón en ruinas, en donde pasan una noche y un dia, con el temor propio de la crítica situación que estaban viviendo: estar de forma clandestina perdidos en un país extranjero y con un idioma extraño, que jamás habían oído ni hablado. La denuncia de un italiano que trabajaba en una finca de al lado, que se extrañó de ver gente en un paraje deshabitado, puso sobre aviso a la policía suiza, que vino acompañada de una intérprete catalana, que los acogió y orientó, llevándolos incluso a tomar algún alimento a un bar próximo, ya que hacía muchas horas que no habían comido nada. La misma intérprete les facilita información de varias oportunidades de trabajo y Justo elige el de una finca con 35 vacas, porque creía que para estas labores no le iban a someter a una revisión médica, mas no fue como nuestro amigo pensaba, antes al contrario ya que hasta le diagnosticaron las secuelas de la pleuresía de la mili. La jornada laboral era de 5 de la mañana a 7 de la tarde, sin ordeñadora -y eso que tenían mucha maquinaria agrícola -, y el trabajo lo realizaba Justo y el marido de una de las hijas del dueño -que había sido vendedor de maquinaria agrícola- y como no sabía ordeñar, dejaba casi toda esta labor para Justo. Es decir, mucho trabajo pero bien tratado, bien pagado -300 francos suizos y 20 francos cada domingo- y comía lo mismo que los dueños y a su mesa, no como de criado en Lugás (Villaviciosa).

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